‘La Navidad de Madame Butterfly’, de Juan Agustín Vigil Pérez, que ha participado con el seudónimo de Valdemar Rojo, e ‘Interferencias’, de Adela Muñoz Alhambra, que ha participado con el seudónimo de Blancadiel, han sido los dos textos que han recibido un mayor porcentaje de votos en la VII edición de los torneos literarios de invierno de Libro Vuela Libre.
Los dos ganadores ex aequo de estos juegos de creación literaria de invierno, que tienen como objetivo estimular la creatividad de los integrantes de los talleres de escritura creativa de LIBRO VUELA LIBRE, dirigidos por Aurora Luna, han tenido que competir en este 2020 con un gran número de participantes y, en la elección de ambos ganadores, se ha tomado en cuenta tanto el voto de la comunidades literarias de la iniciativa, como el del jurado compuesto por la escritora y periodista de Hortanoticias Celia Dubal y el escritor, guionista, crítico literario, y también periodista de nuestro medio digital, Jimmy Entraigües, así como el voto de calidad de la anterior ganadora de los torneos, Sofía Ramos.
Junto a los dos ganadores, que han recibido de mano del comando liberalibros de la iniciativa un ejemplar de la obra ‘Los caracteres’, del gran clásico griego Teofrasto; una cesta de comida italiana diseñada por La Bottegara, empresa patrocinadora de los torneos, y un diploma acreditativo, han sido seleccionados también varios finalistas de grupo, cuyos textos compartirán en breve las cadenas literarias de Libro vuela libre en Valencia.
Estos torneos literarios de invierno, que han tenido como protagonista de sus tributos literarios la obra de Robert Louis Stevenson, de Jean-Paul Sartre, de Ernesto Sabato y de Leopoldo Lugones, han rendido homenaje también a otros grandes autores como el propio Teofrasto, Rubén Darío y otro clásico de estos juegos de invierno: Gonzalo Torrente Ballester.
Textos ganadores de la VII edición de los torneos literarios de invierno de Libro Vuela Libre:
‘La Navidad de Madame Butterfly’, de Juan Agustín Vigil Pérez (seudónimo: Valdemar Rojo)
El frío viene de la alambrada fronteriza. Se filtra a través de las paredes. Se incorpora a sus poros, a su respiración, a su espíritu. Se extiende como una gangrena. Ella apenas lo siente. En realidad ya nadie lo siente. Todos se han convertido en estatuas de hielo. Como los botes de leche condensada, que provocan catarro intestinal en los niños supervivientes. Porque los niños de este campamento sólo toman leche helada y duermen. No hacen más que dormir. Un sueño de hielo. ¿Por qué duermen tanto los niños de este campamento? ¿Por qué duermen tanto los niños de este mundo?
Oscurece pronto. El campamento es un susurro permanente, un lenguaje de hojas secas, al que seguirá un silencio severo. Todo campamento de refugiados acaba convirtiéndose en eso: hielo y silencio.
Y de nuevo vuelve a oírlo. Un vagido lejano, como el lamento de un gato estrangulado en la noche. Yasmina se lleva la mano al vientre. Lo siente vacío. Intenta ignorarlo pero es imposible. El frío asciende hasta las encías, hasta las sienes, hasta el corazón. Le obliga a abandonar un sueño donde abejorros agonizan en aguas escarchadas y amapolas perecen ahogadas en su propio vómito de dolor; donde cisnes negros son abatidos por invisibles cazadores; donde la Luna de los Trovadores se destiñe hasta borrarse en la oscuridad.
Se dirige a la cuna. Intenta mecerla pero la rigidez del suelo se lo impide. Dónde está mi sapito, pregunta con un hálito de voz, contemplando el cuerpo inmóvil. El niño parece mirar desde lejos, con los ojos cuajados de muerte y el rostro contraído en una mueca de reproche infinito. Yasmina intenta limpiarle los labios manchados de chocolate. Lo coge en brazos y canturrea una nana.
—¿Por qué duermen tanto los niños…? ¿Por qué…?
En unas horas amanecerá. Es Navidad.
'Interferecnias', de Adela Muñoz Alhambra (seudónimo: Blancadiel)
Busco en la luz de la oscuridad lo que el día me muestra difuminado, con colores inexistentes, con llantos apagados por la rutina y sonrisas de lejanas miradas. Intento evadirme, alargar el día, y sentirme más cerca de mí, agarrarme bien fuerte e intentar no perderme, reflejarme en mi taza de chocolate oscuro y espeso, removiendo y removiendo.