En Francia, preludiando a lo que puede suceder en otros países, la insurrección callejera ha ganado el pulso a las instituciones: Presidencia, Ejecutivo y Asamblea Nacional.
¿Puede seguir haciéndolo? ¿Puede, incluso, mejorar el bienestar general de sus ciudadanos, como predican con violencia los chalecos amarillos, sin hacer sacrificios y reformas previas?
Una anécdota personal de hace ya treinta años. Cuando era director de El Periódico de Catalunya, visité los diarios regionales franceses más importantes. Tras hablar con mi colega de L’Est Républicaine, de Nancy, éste dijo a sus redactores: “No pregunten a nuestro visitante por temas de tecnología ya que nos dan mil vueltas a nosotros”. En efecto: mientras en España habíamos efectuado la renovación tecnológica completa, en Francia los obreros de las linotipias aún tenían que reescribir los textos hechos por los periodistas en ordenador para conservar así sus privilegiados puestos de trabajo.
Francia es, pues, un país venido a menos al que las protestas contradictorias de la calle aún pueden hacer caer más bajo. Si se suma a ese cóctel, el auge del radicalismo islamista y las viscerales reacciones extremistas de derecha e izquierda, el resultado puede ser de una catástrofe sin paliativos.
[ Enrique Arias Vega | Escritor, periodista y economista | @EnriqueAriasVeg ]