Con la exhumación de Franco, España completa exitosamente una transición tenida por modélica en muchos otros países. Como socialista, celebro su desaparición; como persona, respeto las manifestaciones de la familia con excepción de los actos de exaltación anticonstitucionales. El dictador ya duerme en el baúl de los recuerdos, en una tumba ni más ni menos prominente que la de otros autócratas de nuestro entorno: Mussolini, Salazar…
En el Valle de los Caídos no descansaba un general vencedor de un conflicto civil. En el Valle de los Caídos descansaba un militar y estadista que, bajo ningún subterfugio o pretexto jurídico, hubiese esquivado una condena por genocidio en base a la doctrina del Tribunal Penal Internacional. Su marcha repara el horror eterno de las 22.000 víctimas del bando republicano condenadas a morar junto a él a perpetuidad. Yacer ignominiosamente y en inferioridad junto a tu verdugo, mientras él es venerado y enaltecido por visitantes de dudosa condición democrática, es como seguir muriendo cada día con la misma humillación con que se murió la vez primera.
Sugiero que Cuelgamuros se convierta en un lugar secularizado y libre de todo rencor. Un lugar de recuerdo y de rabiosa defensa de los valores que el dictador combatió en vida. Un espacio en el que se explique, con rigor y objetividad, la historia reciente de España, desde la proclamación de la II República hasta la restauración de la democracia. Y propongo además un acto de desagravio con asistencia de todos los partidos políticos que se tengan por demócratas. Que se retrate quien no vaya. Habría que invitar a los máximos mandatarios de Rusia, Alemania, Italia, Francia, Reino Unido, Estados Unidos… A todos aquellos países que, por acción u omisión, condicionaron o acentuaron el drama español. Un acto en el que más de uno pudiese alzar la voz y pedir perdón en nombre de sus antepasados o predecesores.
Y luego lo dotaría de contenido reivindicativo: poemas de Lorca, de Miguel Hernández, de Antonio Machado, de Alberti. Donde hubo oscuridad, habría luz; donde hubo tufo dictatorial, habría aire fresco por fin. Erigiría un gran monumento a la libertad y seguiría cobrando por cada visitante. Y el dinero recaudado lo destinaría a los programas de exhumación e identificación de las decenas de miles de personas que esperan su turno en cunetas y fosas comunes. Un trasvase continuo de fondos para una de las tareas más justas que se pueden acometer en nuestro país. Lo llamaría el Valle de la Memoria y anticipo que lloraría, feliz, en cada una de mis visitas.
[ Michel Montaner | alcalde de Xirivella y diputado del PSPV en les Corts | @MichelMontaner ]