Han pasado ya 612 años desde que una imagen de Jesús crucificado llegaba a las aguas del Grao de Valencia flotando sobre una escalera y ennegrecida la madera por la acción del agua. Fue éste un hecho que por aquel entonces, 1411, corrió como la pólvora por lo que entonces se denominaba el Poble Nou de la Mar y que fue visto por sus habitantes como un milagro y, sobre todo, como un motivo de alegría y fervor religioso que perduraría siglos y siglos. Tras una breve disputa entre los vecinos del barrio de Russafa y los del Grao por hacerse con la imagen, el Cristo se quedaba en éste último.
Previamente, el arzobispo de Valencia, don Enrique Benavent, había bendecido la iglesia de Santa María del Mar, epicentro de esta festividad y de tantas otras en el Grao, y a los feligreses que en ella se congregaban. Poco después, una numerosa comitiva salía del templo junto a la cruz parroquial y el Lignum Crucis, que abría el cortejo, hasta los alrededores del Edificio del Reloj, en la antigua Escalera Real, para recibir al Cristo sobre la escalera que llegaba desde el mar a bordo de un barco como es tradición.
Tras la bendición del mar, el recorrido de retorno al templo era breve pero muy sentido, con el Cristo portado a hombros por los cofrades que completaban sus turnos con la mayor devoción al compás que marcaba la Banda de Cornetas y Tambores de San Luis Beltrán, excepcional como cada vez que participa en actos espirituales del Marítimo.