Días atrás descubrí, a través de uno de esos interesantes reportajes que Youtube nos regala de tarde en tarde, cómo se origina un tsunami: en resumen, una de esas placas tectónicas que mantienen el mundo en su sitio se eleva, a pesar de la presión infinita del océano, generando una ola que avanza a toda velocidad hacia el continente. La línea de costa retrocede y la marea pierde velocidad pero gana altura, colisionando contra la tierra y generando efectos a escala planetaria.
Corazones alzados, decía, que siempre han acabado recorriendo caminos distintos y llegando sin fuerza a la orilla, pero que hoy imitan por fin a ese tsunami arrollador que, en la misma dirección y seguros de encaminarse hacia un único destino, han tomado velocidad y se disponen a ganar altura, poniendo unas caras cada vez más reconocibles a un proyecto que, por fin, puede que tenga muchos nombres pero un solo apellido; muchos rostros pero un solo lema y símbolo: la tierra valenciana necesita un gobierno valencianista.
Hemos visto a Tomás Meliá, a Julián Vico, a Benjamín Lafarga, a José Enrique Aguar y a una cohorte de personalidades que han decidido tomarse de la mano, dar un paso atrás solo para tomar impulso y asir el timón de una coalición que, como el Fénix mítico, surge de las cenizas de un sentimiento y un planteamiento que lleva demasiado tiempo dormido en nuestra tierra.
Que el tsunami sea de agua dulce y riegue nuestros campos, no los llene de salitre y los mate. Que la fuerza del agua azul mueva el molino y no ciegue con barro las acequias. Queda mucho por hacer, pero el mar ya se ha retirado para coger impulso: nuestro destino es dirigir la ola sin que nadie se ahogue en el proceso, sin dejar cadáveres desencantados a nuestra espalda. Cometamos errores nuevos, no los de siempre. Por el bien del valencianismo y de la tierra valenciana, unión y razón, sin olvidar jamás a ese mar azul con forma de corazón que late nuestros pechos.
[ José Vilaseca | Articulista y escritor ]